Lo que la vida me de es lo que me tiene que dar

“Lo que la vida me de es lo que me tiene que dar”

Queremos dedicar el post de esta semana al bonito ejemplo de Pablo Ráez. No porque haya estado enfermo, o porque ya no esté. Más bien por la perfección de su experiencia aquí, en este mundo, para transmitirnos que la vida ocurre aquí y ahora, solo en este único instante. Pudiera ser que la misión de Pablo fuera experimentar todo lo experimentado, de la forma en que lo hizo, para que su ejemplo llegara a tan sobrecogedor número de personas. Y su mensaje pasa por comprender que la vida nos da lo que necesitamos en cada instante: “Lo que la vida me dé es lo que me tiene que dar”.  Pudiera ser que en este instante 2017 quizá necesitamos de un Pablo Ráez compartiendo con el resto de la humanidad su vivencia de su enfermedad para hacernos conscientes de que la vida es y está siendo a cada instante, y que no tenemos nada más que este instante en el que estamos ahora para vivirla plenamente. Quizá, y solo se ponen ideas sobre la mesa, hemos necesitado que su vida haya ocurrido de la forma en la que ha ocurrido para que este mensaje haya llegado al mayor número de personas posibles. Tal vez porque ponemos nuestra atención en la forma y no en el contenido, atendiendo formas de vida que nos impactan emocionalmente en lugar de en formas de vida que no nos impactan y, sin embargo, transmiten el mismo mensaje desde otra forma de experiencia. El caso es que si miramos de frente todo esto, nos encontramos, tal como Pablo lo describía, con la belleza de la vida:

“Lo bonita que es la vida, de verdad, es preciosa y la muerte más aún ya que es misteriosa.”

Sea como sea, la vida, que tanto nos ama, nos ha puesto delante aquello que necesitamos para hacernos conscientes de que nuestra forma de vivir, no está bien ni está mal, pero se basa en el sufrimiento que conlleva rechazar el único instante en el que nuestra vida está teniendo lugar: el presente. Por este gesto de amor tan grande hacia el resto de personas: ¡Gracias Pablo!

Pablo hablaba de la belleza de la vida, de que la vida es maravillosa, de que hay que estar agradecidos por despertarnos cada mañana solo por el simple hecho de estar vivos, de existir. “Demos gracias a la vida por darnos el gran lujo de poder despertarnos cada mañana. Seamos más agradecidos.” Si nos adentramos en la profundidad de su mensaje, veremos la belleza que se esconde detrás de él. Pablo no nos transmitía conceptos, palabrería adornada para dar un escaso aliento esperanzador a enfermos o no enfermos. Pablo transmitía su propia experiencia de vida, de ahí que en muchas ocasiones no tuviera palabras para describirla, porque no se puede describir con palabras lo que no es entendible para la mente, sino comprensible para el corazón después de haberlo experimentado. Y su propia experiencia de vida fue en forma de enfermedad. Lo que le ha hecho merecedor de agradecimiento no es su enfermedad, ni sus palabras, ni si quiera su partida, sino su gratitud hacia ella. Lo que ha diferido es que Pablo se entregó plenamente a su enfermedad, se entregó a vivirla, sin rechazarla. Pablo amó completamente su experiencia de vida.  Su gran aprendizaje, su verdadera felicidad aparecieron en el mismo instante en el que se abrió a vivir plenamente su experiencia de vida en forma de enfermedad. Se entregó sin resistencias a vivir en un no saber qué ocurriría dos días más tarde. Se abrió completamente a vivir únicamente en el presente y a aprender de él, sin pretender cambiarlo. Y en este abrirse, en su expansión hacia la vida, la vida misma le mostró que él no era dueño de la vida sino que la vida le permitía estar aquí, experimentándose a sí mismo en la forma en la que se estaba experimentando. Pablo nos enseña que la vida nos pone delante aquello que estamos preparados para vivir, nos guste o no su forma. Y que al abrazar la situación que se nos da, sea cual sea, se nos muestra un aprendizaje que no es concebible conceptualmente. Un aprendizaje que no es una interpretación de lo que ocurre, sino que nos conecta directamente con la pasión de vivir. Y es que la vida no es una idea mental, sino pura pasión, pura extensión, pura expresión de formas. Pablo nos muestra que no podemos decirle a la vida como tiene que ser sino vivirla tal y como es, porque en esa entrega plena a sentir todo lo que ocurre (dolor, sufrimiento, tristeza, rabia, impotencia…), aparece la verdad que arrasa con todo lo conocido mundanalmente. Tanto le aportó su enfermedad cuando, en lugar de rechazarla, la abrazó, que comprendió que la vida y la muerte no son opuestas, sino que la muerte es la última experiencia de la vida (como personas) y que sin vida, no hay lugar para la muerte: “”Repito, la muerte no es triste, lo triste es no saber vivir. La muerte forma parte de la vida por lo que no hay que temerla, sino amarla.  ¿Por qué creemos que es triste morir? No sabemos que hay detrás de la muerte.”

Este es uno de los numerosos mensajes que nos ha dejado la vida, estos últimos meses a través de Pablo Ráez: La vida es un plan perfecto.

No mi vida o  tu vida. La VIDA, como lo que es, ha sido y continuará siendo, estemos o no en este cuerpo experimentándola

Pablo,  has sido un guerrero. Un guerrero de la paz. Un guerrero que ha dejado un cuerpo pero se ha ido sanando su alma y su corazón. Un guerrero que ha tenido el valor de adentrarse en sus profundidades y descubrir que la vida es algo mucho más grande que lo que “pensamos” que es. Un guerrero que ha sabido sacar el máximo partido de su enfermedad,  aceptándola, abrazándola y aprendiendo de ella. Un guerrero que ha ganado la más grande de las batallas: ser consciente de la magnitud de la vida y transmitir ese mensaje al resto de la humanidad. Un guerrero que ha trascendido la idea de vida y la idea de muerte, y experimentando que lo único que queda, es el todo, es la  VIDA.

Un guerrero que vino a este mundo a experimentar esta forma de vida para ser “escuchado” por la multitud. ¿Puede haber acto de amor más grande que ese?

 

¡Gracias Pablo! ¡Gracias vida!

¡Siempre fuerte!

 

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